miércoles, 20 de mayo de 2009

Hablemos claro


Me haría gracia, si no fuese por las trágicas consecuencias que acarrea, esa permanente voluntad del Gobierno socialista de llamar eufemísticamente a las cosas. Todo aquello que quieren ir imponiendo lo van camuflando por medio de la prostitución del lenguaje. Sin ir muy lejos, hasta hace bien poco estábamos en una “desaceleración transitoria” cuando en realidad estábamos ya ahogándonos en una grave crisis. Recuerden también la “cesión temporal de agua desde el Ebro” para no llamar trasvase a lo que era, sin duda, un trasvase. Se trata, pues, de un modo colosal de engaño que no puede nunca tener cabida en la democracia, pues conlleva a la merma de las libertades. El que no conoce la realidad, entre otras cosas porque se le da edulcorada, nunca puede elegir en auténtica libertad.

No obstante, no es mi objetivo hablar hoy del gran peligro que supone el uso constante de eufemismos para ocultar la realidad. Si he querido comenzar con esto, ha sido porque hay otro eufemismo que es aún más tenebroso, porque vulnera el más elemental de los derechos: la vida. Supone una desvergüenza y un insulto a la inteligencia de los españoles llamar “interrupción voluntaria del embarazo” a lo que es un aborto.

En primer lugar, el aborto no es una interrupción del embarazo sino una eliminación del ser humano que nacerá si nadie se lo impide. Una interrupción, por definición, es parar para después retomar. Cuando a uno le interrumpen, después seguirá su conversación. En caso contrario, no se le interrumpe sino que se le calla, se le censura o se le silencia.

En segundo lugar, sólo hace falta consultar algunos datos para ver que, efectivamente, en la inmensa mayoría de los casos el aborto tiene poco de voluntario. Una persona que se encuentra en una grave situación personal o económica y que no encuentra ayudas para poder sustentar al hijo que ya tiene en su vientre, no dispone de muchas elecciones, pues su voluntariedad se reduce a la desesperanza. El profesor de Sociología de la Carlos III, Sánchez Barricarte, lo explica así: “la incidencia del aborto entre las mujeres inmigrantes es cinco veces mayor que entre las españolas. La estrecha relación entre la incidencia del aborto y el grado de vulnerabilidad económica y social de las mujeres extranjeras no sólo se manifiesta en sus mayores tasas de aborto sino también en los más altos niveles de violencia machista (seis veces superiores al de las españolas). Socialmente resulta mucho más barato financiar un aborto a una mujer en dificultades que apoyarle con ayudas que le permitan tomar una decisión verdaderamente libre sobre su maternidad. No hay libertad cuando no hay opción de elegir. En apariencia las leyes del aborto dan más autonomía reproductiva a las mujeres, pero en el fondo son el mecanismo más barato, insolidario y atentador contra su libertad”.

Lo que rodea al Ejecutivo socialista es paradójico, a la par que doloroso. Mientras que hemos visto en nuestro país condenas a madres que le han dado un cachete a sus hijos, sí que se permite dejar morir a fetos que han nacido vivos después de una tentativa de aborto.

El escritor y filósofo norteamericano Emerson dijo que la corrupción del hombre conduce a la del lenguaje. Es eso precisamente lo que se da entre buena parte de la izquierda española y, sobre todo, en el Gobierno de Zapatero. Su táctica suele ser siempre la de afanarse constantemente por escarnecer y mancillar los más elementales valores, para tratar, después, de hacerlos parecer grandes logros, cuando, en realidad, no son sino atentados contra la dignidad de los españoles y sus más singulares y personalísimos derechos.